Por Nativus Pericuum
En el mundo del espectáculo financiero, pocos nombres resplandecen con la impunidad de Coppola y sus aliados, esos diamantes del poder económico que deslumbran con su capacidad para esquivar cualquier responsabilidad moral. Nos encontramos nuevamente ante un típico episodio en la tragicomedia del poder: los titiriteros que manejan los hilos de la economía, moviéndose con la gracia de un elefante embadurnado en oro por una pista de circo.
Estos arquitectos de su propia fortuna han convertido el abuso en un arte, tallando esmeradamente estrategias que sólo brillan para ellos mismos, mientras oscurecen el panorama para el resto de nosotros, meros mortales atrapados en su sombra. ¿Qué nos queda cuando miramos sus ejecutorias opacas, sino un destello de indignación ante la burla flagrante a las normas que nos rigen a todos?
Coppola, que parece llevar sus gafas de sol polarizadas como un emblema, para que la luz de las denuncias nunca perturbe su brunch de domingo, debería realmente considerar impartir talleres sobre cómo sortear con estilo las responsabilidades sociales. Quizás, en una exhibición de su excelsa administración, el ‘Pase Vincenzo’ sería el principal curso, otorgando acceso directo al club de los intocables.
Estos magnates del descaro, con habilidad similar a la de un prestidigitador de feria, trasladan sus tesoros de un bolsillo a otro, haciendo desaparecer empleos y bienestar como si fueran meras monedas de cambio en su espectáculo de desaparición.
Pero no nos equivoquemos, detrás de esas sonrisas estudiadas y conferencias sobre economía de mercado, se esconde un retorcimiento de reglas que beneficiaría al mismísimo Atila. En este teatro del absurdo, los ciudadanos observamos con una mezcla de escepticismo y furia, aplaudiendo irónicamente las marionetas que agitan sus manos mientras el telón de la justicia permanece cerrado.
Si estos titanes del poder económico son los diamantes, tal vez nuestra mejor opción sea convertirnos en el papel de lija, raspando persistentemente su fachada hasta que la luz de la transparencia brille con la intensidad que ellos nos niegan. Porque, al final, lo único que no pueden comprar es la voluntad de un pueblo informado y unido.






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