HOMO CHOYERUS

Por Nativus Pericuumm

¡Vaya, vaya! Resulta que ahora la diputada Arlene Moreno Maciel, llegada desde las excelsas alturas de la capital del país, ungida por los designios del Partido del Trabajo, ¡quiere aleccionarnos sobre la historia de Baja California Sur!. Con una prosopopeya que bien podría eclipsar al mismísimo Cerro Atravezado, esta ilustre figura nos presenta una iniciativa para que, cada 8 de abril, los Poderes del Estado se trasladen con toda la pompa y circunstancia a San José del Cabo. Según nos cuenta la diputada, este peregrinaje anual tiene como noble fin «honrar la memoria histórica de las poblaciones fundacionales» y reconocer la «actitud valerosa y comprometida» de los ciudadanos de Los Cabos. ¡Qué loable intención!

Uno no puede sino arquear la ceja con sorna al escuchar estas palabras de labios de alguien cuya conexión con nuestra tierra parece tan tenue como el velo de una novia fugitiva. El suspicaz departamento de Investigaciones Especiales de Medios Digitales del Pacífico, esos sabuesos de la información, nos entregan una tarjeta informativa sobre los antecedentes de lucha social de la susodicha Arlén Moreno Berry (¿será acaso la misma persona que nos ocupa?). ¡Y sorpresa! La tarjeta está más blanca que un mantel recién lavado. Aparentemente, su currículum se reduce a haber conducido un programa de televisión y a una denuncia por la «operación irregular de un CENDI». ¡Menuda trayectoria para erigirse en adalid de la memoria histórica sudcaliforniana!

Pero la cosa no termina ahí. El incisivo reporte de Medio digitales del Pacifico también nos recuerda el caso de un tal sujeto del mismo apellido Moreno, corrido a golpe de metáfora («rata y cínico») de Los Cabos por el mismísimo Narciso Agúndez. Y, ¡oh, la suspicacia!, se preguntan si este personaje tiene parentesco con nuestra flamante diputada. Claro, uno es malpensado, pero estas «casualidades» huelen a chamusquina desde Tijuana hasta La Paz.

Así que, mientras la diputada Moreno Maciel nos sermonea sobre la importancia de «reconocer la importancia de la participación de hombres y mujeres en los momentos más decisivos para la consolidación de la nación y del Estado», uno no puede evitar preguntarse qué momentos decisivos ha protagonizado ella en la historia de nuestro sufrido estado, más allá de ocupar una curul que, según algunos «choyeros» de pura cepa, se le ha otorgado con demasiada generosidad a «este tipo de gente».

¡Qué ironía! Una figura impuesta como diputada plurinominal desde la oscura truculencia del Partido del Trabajo, con un aura de elitismo que parece desprenderse de cada uno de sus gestos, pretendiendo aleccionarnos sobre el «corazón histórico de Los Cabos» y el «espíritu emprendedor» de su gente. Quizás, en lugar de decretar traslados ceremoniales y declamar sobre el pasado, la diputada Moreno Maciel debería primero empaparse del presente de Baja California Sur, sentir en carne propia el calor del sol, la bravura del mar y el espíritu indomable de su gente. Tal vez así, y solo tal vez, sus palabras sobre nuestra historia tendrían un eco más auténtico y menos impostado. Mientras tanto, los sudcalifornianos observamos con una mezcla de sorna y hartazgo estas maniobras de una «fuereña» que parece creer que la historia se decreta en lugar de vivirse y amarse desde las entrañas. ¡Urge un cambio!, clama con razón la fuente digital. Y nosotros no podríamos estar más de acuerdo.

¡Vaya paradoja! La diputada Arlene Moreno Maciel, con esa desenvoltura propia de quien aterriza en un lugar desconocido creyéndose explorador de tierras ancestrales, nos habla de «corazón histórico» y «espíritu emprendedor» como si hubiera nacido entre cardones y el rumor del Pacífico. Pero, ¡oh, sorpresa!, los murmullos en los pasillos legislativos y los comentarios a media voz en los cafés paceños apuntan hacia el norte, concretamente a Tijuana, como su lugar de origen. Así, mientras nos recita pasajes históricos de Los Cabos, uno se pregunta si alguna vez ha recorrido el sinuoso camino de la carretera transpeninsular, si conoce la diferencia entre una pitahaya y un dátil, o si ha compartido siquiera un amanecer con los pescadores de alguna de nuestras remotas caletas. ¿Cómo puede alguien sin arraigo en esta bella tierra, sin conocer sus veredas ni a su gente, pretender erigirse en guardiana de su memoria histórica?

Deja un comentario

Tendencias