Por Juan Carlos Méndez Ramírez

En un acto que raya en lo grotesco y se aleja de cualquier noción de diplomacia, el senador Gerardo Fernández Noroña, autoproclamado defensor de la mexicanidad desde la gélida Chicago, ha decidido convertir la relación México-Estados Unidos en un espectáculo de lucha libre barriobajera. Con un discurso más propio de un mitin callejero que de un pronunciamiento de Estado, el senador, en un arranque de populismo, se dirige al presidente electo Donald Trump como si estuviera increpando al bravucón de la esquina.

  • La retórica de Noroña, plagada de exageraciones y victimismo, parece ignorar la complejidad de las relaciones bilaterales. Se erige como el paladín de los migrantes, cual Quijote luchando contra molinos de viento, y acusa a Trump de negarles «el derecho a la vida, a la libertad y a la búsqueda de la felicidad».
  • El senador Noroña, con su peculiar estilo, olvida que la diplomacia requiere tacto, no el tono estridente de un vendedor ambulante. Describe a los migrantes como víctimas indefensas, negando su capacidad de agencia y su contribución a la sociedad estadounidense. En su visión maniquea, los migrantes son ángeles que no piden «nada regalado», mientras que Trump es un demonio racista que los persigue sin motivo. La realidad, como siempre, es mucho más compleja.
  • El senador parece ignorar que México y Estados Unidos son dos grandes naciones con una historia de colaboración económica y hermandad, aunque a veces sea una hermandad con ciertos desacuerdos. En vez de fomentar el diálogo y buscar soluciones constructivas, Noroña prefiere convertir la tribuna en un ring de boxeo. La alusión a Martin Luther King resulta tan oportunista como fuera de lugar, pretendiendo equiparar la lucha por los derechos civiles con la política migratoria.
  • El numerito de los 3.7 trillones de dólares, esgrimido como prueba del valor de los migrantes, es un mero truco retórico, una cifra sacada del sombrero de un mago de feria. El senador, en su afán por desacreditar a Trump, parece dispuesto a sacrificar la dignidad y el buen juicio. Su argumento es un canto a la manipulación sentimental, una apología del resentimiento en lugar de la razón.

En su llamado a que Trump «abra su corazón», el senador revela una ingenuidad que resulta patética. La política no se rige por sentimentalismos, sino por intereses, estrategias y negociaciones. Pretender resolver problemas complejos con meros gestos de buena voluntad es tan absurdo como intentar arreglar un reloj con un martillo.

La actuación de Noroña no es más que un intento desesperado de ganar notoriedad, de llamar la atención con un discurso altisonante y populista. Su «defensa» de los migrantes es una mera estrategia política, un acto de demagogia que busca capitalizar el descontento de la gente. El senador, cual payaso de circo, busca el aplauso fácil a costa del buen nombre de México y de la seriedad de su Senado. Con este tipo de comportamiento, sólo logra dañar la imagen de México y complicar aún más las ya tensas relaciones con Estados Unidos. La pregunta es, ¿cuándo se dará cuenta el senador que la diplomacia no es un show de medianoche?

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