Gerardo Fernández Noroña, ese paladín de la justicia social, ese defensor del pueblo, ese… ¿presidente del Senado? Sí, por increíble que parezca, el mismo hombre que aboga por el diálogo y la mesura, se presenta como víctima de una derecha provocadora mientras justifica la violencia física con reminiscencias de duelos del siglo XIX. ¡Qué ironía!

Noroña, con su característico tono melodramático, se queja de la «derecha» que lo «injuria», lo «hostiliza» y hasta lo «agrede físicamente». Según él, la culpa de la tensión en el Senado la tiene la oposición, que osa criticarlo y cuestionarlo. ¿Acaso un político, un servidor público, no está expuesto al escrutinio público?

El senador, en un intento de desviar la atención de su propia conducta, acusa a la oposición de «hipócrita» por exigir argumentos mientras recurren a tácticas dilatorias. Un clásico de la demagogia: acusar al otro de lo que uno mismo hace.

Es cierto que la derecha, como cualquier fuerza política, puede caer en excesos. Pero convertirse en mártir de la «provocación» y amenazar con respuestas dignas de un western, es propio de un farsante. Noroña, en su afán de protagonismo, parece olvidar que su cargo exige responsabilidad y templanza.

¿Qué podemos esperar de un presidente del Senado que se compara con Luis Miguel por no poder disfrutar de una cena tranquila? ¿Es que acaso el servicio público no implica sacrificios?

Noroña se presenta como un hombre aguerrido, dispuesto a defender su «dignidad» a cualquier costo. Pero su «dignidad» parece depender de la ausencia de críticas, de un silencio absoluto ante sus acciones y palabras. Un hombre que se precia de ser «del pueblo» no debería temer al debate, a la confrontación de ideas.

En lugar de asumir su responsabilidad en la escalada de tensión, Noroña prefiere echar la culpa a la «derecha», a los medios de comunicación, a cualquiera que ose cuestionarlo. Es la estrategia del demagogo: crear un enemigo externo para justificar sus propias falencias.

La realidad es que Noroña necesita del conflicto, de la polémica, para alimentar su imagen de rebelde, de luchador social. Sin enemigos a quienes combatir, su discurso se desvanece, su show pierde audiencia.

Esperemos que, con el receso del Senado, las aguas se calmen y Noroña pueda reflexionar sobre su papel en la política. Quizás un poco de silencio, de introspección, le permita comprender que el verdadero liderazgo no se construye a base de gritos e insultos, sino de diálogo y respeto.

Deja un comentario

Tendencias